El cuento que comparto en esta entrada ha sido seleccionado para integrar la maravillosa antología "El imaginario Colectivo" -cuentos- compilada por Michelle Bendeck Bedoya, para Editorial Dunken en la convocatoria anual gratuita R.O.I. (Recepción de Obras Inéditas). Convocatoria que se realiza con la colaboración de Estudiantes de la Carrera de Edición, Escritores, Talleres Literarios y distintas personalidades ligadas a la Cultura y a las Letras.
"El imaginario colectivo es una colección de cuentos que, si bien son muy diversos en tema y estilo, dan cuenta de lo mismo: lo que se escribe aquí y ahora.
La literatura no necesita hablar de la realidad de manera expresa; con albergar en su cúmulo determinados temas y formas de narrar o de decir - que por algún motivo esos temas y esas formas de narrar o decir-, nos indica, con una transparencia que puede llegar a ser incómoda, en donde y cómo estamos.
Sin embargo, estas obras fueron seleccionadas porque, dentro de las coordenadas del momento, tiene algo especial para mostrar: un lenguaje significativo, los temas de siempre narrados con una sensibilidad particular. Tienen esas cualidad de la literatura por la cual un escrito abandona su apariencia de ser la repetición de la repetición de los pensamientos universales, y da la sensación de ser una entidad primaria, única."
(Fragmento del Prólogo Michelle Bendeck Bedoya)
Espero lo disfruten
EL ÁGUILA NEGRA
El sonido de sus tacos sobre la acera húmeda
irrumpió. Venía desde una calle oscura en el silencio nocturno. Ella fue
revelándose con una extensa silueta en los mosaicos. Casi a los tumbos salió
del callejón, apoyándose sobre un ángulo
de cemento y mampostería.
Se acercó al cordón de la vereda. Aguardó un
instante, con la esperanza que algún taxi, como barca salvadora, apareciera.
Pero nada. Solo percibía la inmensidad de la noche, quedando alumbrada por las
farolas centrales de una avenida desértica.
Escuchó un sonido proviniendo del callejón.
Aceleró su andar, con desesperada intención de abandonar ese lugar lo antes
posible.
Lucía desalineada. Algunas prendas hechas un
manojo de géneros, que se apretaban sobre su pecho. El rimel había dibujado
trazos negros en sus mejillas. Sollozaba. No se detuvo un solo instante. Caminó
casi sin rumbo. Demasiado desorientada. Desconocía aquellas calles.
Debían ser alrededor de las tres de la mañana.
Su reloj, ahora roto, había quedado congelado en esa hora. Siempre había creído
que era una hora clave para la acción de la oscuridad.
Cada tanto el dolor de cabeza se detenía por
un segundo, y unas confusas imágenes la avasallaban. Irrumpían en su mente como
golpes de martillo. La joven desconcertada, trató de permanecer lo más íntegra
posible. Tomaba aire y continuaba caminando. Cuando algún sonido, por más
ínfimo que fuera, se manifestaba, ella se estremecía pero continuaba tenaz.
Luego de una supuesta larga hora, se encontró
frente a una plaza que le era familiar. Se alivianó su preocupación.
La luna fue secuestrada tras unos nubarrones.
Ninguno de los relámpagos la increparon. Tampoco se asustó cuando el firmamento
comenzó a rugir.
Buscó en el interior de su bolso el teléfono
celular. Pasó la mano de esquina a esquina y se alarmó, pero recuperó el aire.
Allí estaba. Buscó en la galería la última foto y sonrió de incomprensible
manera dadas esas circunstancias. Luego el dolor en su espalda la trajo a la
realidad. Y continuó su andar.
Rompía en llanto al
recordar los sermones que recibía cada vez que planificaba salir con sus
amigas. No pasaron otros treinta y cinco minutos hasta que comenzó a orientarse
y notar que se encontraba lejos de aquellos suburbios. El sol no aparecía. El
amanecer continuaba pintado de ese tono gris oscuro. Buscó sus llaves. Demoró
tras el blindex, porque no daba con la correcta. Solía suceder por causa de su
gran manojo de metal y ornamentos. Nadie apareció. El portero estaba en su día
de franco. Era un hecho que nadie la viera llegar de domingo, a esas horas,
exceptuando algo casual. Utilizó el ascensor. Llegó a su departamento. En
cuanto estuvo adentro, tiró los tacos y se agarró fuerte las costillas. Se
metió en la regadera. Se dio una ducha caliente casi restregando el jabón, como
intentando borrar marcas en la piel. Se vistió con una delicada bata de baño y
una toalla en la cabeza. Fue a su escritorio. Encendió la notebook. Leyó Welcome;
la ventana principal se abrió; conectó su celular y puso a descargar las
fotografías de aquella noche. Buscó en la carpeta Imágenes una en
particular. La halló. La sujetó fuerte con el puntero del ratón. La arrastró a otra carpeta en un fugaz segundo.
Soltó el índice que apretaba el botón cuando miró la maquina de expresso. Se
levantó sin mirar la pantalla. Volvía, con un café humeante en su mano
izquierda, nuevamente hacia el escritorio. A su paso cerró las cortinas que
dejaban penetrar la luz. Notó la cama king size. Dejó el café en una
esquina del mueble. Encendió un slim buscando aquietar su adrenalina. “Necesito recuperar mis fuerzas” se dijo con un dulce
susurro casi queja. Se iba a recostar, cuando observó un cuadro de dialogo en
la pantalla de su computadora. Se acercó y leyó: “Se produjo un error. No es
posible copiar el archivo IMG_1569 a la carpeta “Víctimas””. Dio un
clic en la equis del ángulo superior derecho de ese cuadro, y con un bostezo
se entregó a su cansancio, rindiéndose al sueño sobre el pomposo nido que se
había formado con el acolchado que cubría el magnífico somier. Sonreía
mientras se dormía y afuera, como si nada, las bocinas y los ruidos del centro
comenzaban a anunciar la matutina jornada de domingo.
Ilustración: Black angel from http://www.1zoom.me/es/wallpaper/348797/z334.1/%26original=1