Cuidar al otro es de algún modo alojarlo en nosotros
como preocupación, como existencia, como presencia. El otro: niño, alumno,
enfermo, hijo ha de existir para nosotros para que podamos ejercer el cuidado.
No es cualquier tipo de existencia la que nos
promueve al cuidado. La existencia del otro en tanto necesitado, débil,
carente, en falta, en peligro, es lo que conduce a la idea de su cuidad”
(Barbagelata, N. (2003) El cuidado del otro, Catamarca, Ministerio de
Educación de la Nación.)
“Con firmeza, pero no con rudeza, hoy la educación debe plantearse – y de
hecho ya se plantea– la necesaria inauguración de otro tiempo y de otro espacio con respecto
al mundo mediático e hiper-tecnológico que la rodea.”
(Investigador Skliar, Carlos. (2009). Educar es conmover. Revista
Saberes, Nº 4, 8-9.
Cuando
por lo general escuchamos decir a las personas “tenés que estudiar para ser
alguien en la vida”, “vayan a la escuela para aprender”, “la escuela es
importante”, entre otras, no hay que ser muy analítico para comprender el
significado o a que apuntan esas frases, pero volvamos a recordarlo: ser
alguien o estar formado profesionalmente mediante la educación como sinónimo de
persona con trabajo que permita la subsistencia: comida, transporte, familia,
comodidades, banalidades, viajes o placeres personales y hasta ahí. Hay que
“ganarse la vida” se escucha decir como brochecito. Y todos somos conscientes
mientras crecemos, y maduramos que es necesaria esta formación pero vamos
descubriendo que aunque trabajemos en cosas que no nos cubren las expectativas
–por lo general-, también existe la opción complementaria de hacer a la par lo
que nos da plenitud. Voy a recordar que cuando era niño escuché la palabra
abogado, y dije quiero ser eso… la vida me llevó hacia otro lado… y esto
también gracias a una maestra del primario y a una profesora del secundario.
Había algo en mí que se relacionaba más con lo creativo, con la invención, con
el arte. A los doce años mi maestra de Lengua estuvo todo un año completo
leyéndonos y con consignas de invención, y el año pasó y fui a parar al
secundario aunque no fue hasta cuarto año que me volví a enamorar de la lectura
y la producción literaria. Ese año fue muy duro, recibiendo agresión por parte
de muchos compañeros, pero esperaba los jueves! Allí aparecía ella, me sentía
protegido, cuidado. Ella siempre traía unas consignas asombrosas, me hacía
vivir los dos módulos como si fueran 10 minutos. Lo que más recuerdo y me marcó
fue la realización de un libro colectivo. Cada libro que leíamos se
transformaba en una consigna, y cada consigna en una página de ese libro. Una
mañana llegó con esa resma de A4 recortada en B5, y nos repartió por actividad
algunas a cada uno, en ella pude poner prosas, poemas, análisis literarios, y
textos que respondieran las consignas. Estuvimos muy cerca con Mirta, éste su
nombre, y recuerdo que esperé el cierre del año para verlo encuadernado y tener
ese libro en mis manos. Cada clase era charlar de nuestras motivaciones, y me
dijo que debería desarrollar mi escritura, “podrías ser escritor”. Tímidamente habré
agradecido o no, Mirta parecía ir más allá en las actividades, íbamos más allá
de repetir la anécdota de los libros que leíamos o del análisis sintáctico o de
los elementos formales, ella lo ponía en diálogo con la realidad, nos hacía pensar.
Incluso me contuvo y fortaleció mi espíritu. Skliar dice que educar es conmover
y que la importancia estaría “no tanto la insistencia por unos contenidos, sino
más bien en la presencia en el acto de enseñar; no tanto elaborar un discurso
sobre los alumnos presentes, sino una ética a propósito de sus existencias.” Y
esto es lo que me pasaba a mí, me sentía vivo, sentía que tenía las
herramientas para tener una voz, en esa materia gritaba en cada línea con mi
voz, esa que se comprimía en la garganta para no llamar demasiado la atención.
Antes de tiempo su reemplazo terminó, el libro quedó inconcluso, luego terminó
el año. El año siguiente no me pasó lo mismo con la docente de Literatura, era
insulsa, repetir la anécdota de los libros y que no tuviera un punto en
nuestras existencias y caer en la repetición me aburrió mucho, pero descubrí
buenos libros y visité la biblioteca casi todos los días de la semana, y ahí
había otra Mirta, la que me guiaba y charlaba de los libros en el mostrador.
Por mi parte comencé a producir como rayo, fui a una imprenta he hice cortar
una resma A4 esta vez en A5 y escribí solo escribí. Guardé durante ocho años
los escritos de esas pequeñas páginas. Entonces dejé de lado: las limitaciones
económicas y la frase de un desconocido “pibe esto no es para nosotros”. Viviendo
en un entorno tan lejos de la literatura comencé a soñar con mi libro… Recordé
a Mirta, la manera de transmitir su saber, la manera de buscar conmovernos con
la literatura, su pasión, su
inolvidable recomendación. Yo me decía debo
transmitir pero necesitaba herramientas. Por eso comencé Letras que debí
suspenderla pero sin rendirme llegué a cumplir un sueño que hasta el día del
hoy me da aliento cuando me caigo. Ése sueño es mi libro especial, mi primer
publicación que me recuerda que “los luchadores jamás se rinden”, que puedo
luchar desde la palabra. Aunque trabajo como administrativo, trato de escaparle
al sistema, aprovechar mi tiempo creando o en con actividades – como un taller
para niños- que hagan eso: conmover, movilizar, ahora mismo mientras les cuento
mi historia siento que las motivaciones de Mirta en mi caso fueron más allá de
adoctrinarme y formarme para ser alguien, ella logró que yo me encontrara. Algo
vibra en mí cuando recuerdo la primer hojita B5 en blanco y es inmenso como
cuando sostuve el primer ejemplar casero y luego el ejemplar editorial de mi
libro “Sombras y conjuros” en mis manos. Deseo ocupar el lugar de ella en un
aula para vivir la literatura de la misma manera, poder entusiasmar del mismo
modo a uno al menos por curso. Llegar a cuidar y a darle existencia al alumno
como dicen los autores. Jamás olvidaré ese año escolar, y jamás la olvidaré.